lunes, 17 de mayo de 2010

Deseame a gritos...sutilmente humillame.

A través de los años el sector femenino ha luchado por el reconocimiento de sus derechos e igualdad de género pero existe un área en la que no se ha podido luchar gracias a que el ingenio masculino ha logrado disfrazarlo de folklor y justificarlo como picardía y mera identidad cultural; la sutil pero lastimera discriminación sexual hacia las mujeres.

Las palabras discriminación y mujer vienen generalmente acompañadas de una enmarcación rural o indígena, pero sin minimizar la dolorosa realidad en el que este sector específico vive; es justo mencionar lo insultante que resulta presumir de una supuesta equidad de primer mundo en las áreas urbanas a media aldea global cuando los eslabones primarios de este abuso se encuentran socialmente expuestos, justificados y hasta culturalmente apadrinados: el derecho masculino a transgredir la soberanía sexual y personal de sus contrapartes.

No se habla de una discriminación como la de la mujer indígena que permita gritar el descontento social o emprender campañas en contra de tal abuso, o tan tangible como en la que la mujer no recibe las mismas oportunidades laborales que un hombre; es una discriminación más delicada, precisamente la que da pie a todas las demás: la discriminación al “sexo” femenino.

Empezó por alagar a las mujeres gritándoles piropos en la vía pública y hoy ha terminado en gritos vulgares, obscenidades, sonidos sexualmente alegóricos que las humillan.

La mujer tiene el mismo derecho que el hombre a transitar tranquilamente por la vía pública sin ser molestada porque hay una igualdad de ciudadanos ante la ley. Pero las cosas no suceden así, la mujer debe soportar continuamente esta dinámica social ofensiva en la que los hombres tienen por costumbre hacer sentir menos a la mujer, gritando gran cantidad de barbaridades. No estoy hablando de simples piropos “lindos” sino de esa línea que han cruzado para ofenderlas.

Un simple chiflido se ha transformado en un “muévelas más y te las compro”, miradas, sí podría sonar tonto y exagerado, pero no son simples miradas sino las que parecen desnudar a la mujer, mientras ellos las imaginan desnudas o como sus actrices porno. Y esto no es lo que más podría llegar a incomodar, sino que esas ofensas no son suficientes y han rebasado el espacio físico de la mujer, porque a ellos no les basta y ahora gustan de dar una nalgada a la que pase, o meterles la mano en sus partes intimas mientras caminan o van en el transporte público o restregarles la repugnante cara en los pechos simulando que saborean hambrientamente un suculento banquete.

¿A fin de qué? No lucen más hombres, ni son galantes, tampoco causan agrado a la mujer, por el contrario solo las incomodan, las hacen sentir peligro y pasar corajes. Lo único que buscan con esto es intimidarlas para hacerlas sentir inferiores ejerciendo presión para obtener una satisfacción sexual, convirtiendo estos gritos en acoso sexual.

Los hombres se lavan las manos de tal falta de respeto haciéndolas responsables de sus groserías porque, según ellos, las mujeres tienen la culpa por provocarlos con su manera de vestir, porque la ropa que la mujer contemporánea busca “provocarlos, marcando su sexo con pantalones ajustados, con blusas de tirantes que enmarquen los senos, con minifaldas que les muestren el camino al que llevan sus piernas” El machismo es una discriminación sexual, de carácter dominante, adoptada por los hombres desde el principio de los tiempos. Se ha escrito profusamente de los devastadores efectos del machismo en nuestra sociedad, en lo referente a la discriminación contra la mujer.

El hombre que ha sido educado en una cultura machista aprendió desde temprana edad a respetar, admirar o temer a otro varón tanto física como intelectualmente. Sin embargo su "cultura" le enseñó a ver a la mujer en términos de valores o atributos físicos: instrumento de placer, objeto de exhibición y reproductora de la especie haciendo su mejor selección de entre todas las féminas disponibles. (Miguel, Patricia)

Partiendo del término discriminación como: el acto de hacer una distinción o segregación que atenta contra la igualdad de oportunidades, esta situación que día a día enfrentan cientos de mujeres en diferentes países es una de las diferentes maneras de discriminar a la mujer, porque hace una diferenciación sexual y abusa de la estructura social actual en la que el hombre tiene una superioridad histórica de género.

La mujer está cansada de toparse con este tipo de hombres que van por ahí incomodando a las mujeres, haciéndolas sentir objetos y aguantando la humillación, porque ante estos actos una mujer no puede hacer nada más que enojarse, respirar y aguantarse. Si decidiera contestar, golpear o cualquier reacción ante sus “piropos” la mujer se convierte en una caldosa, facilona que “se lo busca” y creen que se logra el cometido, que ellas se fijen en ellos.

Las mujeres no deberían sentir miedo de caminar por la calle esperando a que alguno de estos hombres vaya a pasar del acoso a una violación, no deberían optar por caminar por una calle alterna para evitar toparse con los albañiles o mecánicos y así no escuchar la ofensiva diaria. Nadie debe violar la libertad femenina, ellas tienen derecho a sentirse cómodas como cualquier otro ciudadano, todos deben empezar a respetar la dignidad y la libertad de los demás y los hombres con estas acciones están limitando la libertad de un ser humano a transitar cómodamente por la vía pública.

La manera de iniciar un combate real contra esta situación radica en que sea expuesta y juzgada como tal: un acoso, abuso y una discriminación, para poder desarticular la habitualidad de estas prácticas y se respete a la mujer en todos los sentidos, que esta falta de respeto no se escude más detrás de un intento de halago. No enseñemos a las nacientes generaciones a humillarlas usando como escudo la idea de desear a gritos a una mujer con una agresión invisible, tan invisible como si así debiera ser.

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