En una casa de paredes mudas
me llamaba el eco de un susurro
atrofiando mis rodillas pequeñas
que nunca podían salir corriendo.
El peligro era el rostro de un ángel,
desde niña mi abuela enmudecida
nunca me cubrió con su larga falda
sus miedos no eran un buen refugio
pero el mantel de la mesa lo lograba.
En esa casa siempre obscurecía
si miraba la tele,
si jugaba con tierra,
y si decía que no...
el susurro siempre me pronunciaba.
Entre sombras tocaba los olanes,
no los de los calcetines, los otros,
los que no debíamos mostrar jamás;
figuras entibiadas
deformaban sensaciones extrañas,
me hacían llorar a gritos,
pero el susurro pedía sigilo.
Mis olanes se fueron desgastando,
encontré escondite en las paredes,
el viento, la soledad y el silencio.
El susurro todavía me pronuncia
aprendí a correr con la infancia rota.
 
 
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