Te ultrajaron tanto 
que pones tu riqueza 
como ofrenda a las catarsis venideras, 
pero después de eso te queda el alma 
tan vacía,
tan jodida,
que no se invierte ni en el adorno mínimo;
y así andas por la vida
desnudo, seco,
hueco, pulcro...
para que el próximo ladrón 
no te ahogue en tus vacíos.
Y sabes que nada es eterno
que el demonio asecha la mas pura cofradía
y te cuidas,
y abrazas un gas pimienta,
los choques eléctricos;
la vigilia,
siempre alerta.
Sabes cómo te han roto antes
y no bajas la guardia; 
pones dobles los cerrojos,
le adornas rejas a tu alma...
y el reto de los límites
-seductor asiduo-
de nosotros,
los débiles.
Vale la pena ese tormento
aunque la paz falsa encadene el alma,
pues siempre vuelve
 -la desgracia-
alguien entra sin permiso y te roba la calma
                destroza tu miserable alma
y ya no roba nada
porque nada vale ya
y es que a nadie importan 
los destrozos de tu alma.

 
 
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