sábado, 10 de enero de 2015

Rosca de reyes.

Estaba sentado frente a la ventana de la sala fumando un cigarrillo, rubicundo, con la barba sucia, de cuarenta y tantos años, cuando se dio cuenta de la fecha -5 de enero- decía el televisor que estaba encendido y abandonado a sus espaldas. ¨Mañana será seis de enero¨ ¨Mañana rosca¨ -pensó.

Felipe era amante de ciertos sabores que lo hacían sentir vivo: la flor de calabaza, el mole, el café de la olla, el pan de muertos... y el pan de día de reyes. En esta ocasión una rosca fue motivo suficiente para que Felipe dejara de lado su dispomanía y su hastío; así salió revivido a buscar la mejor rosca en esa lúgubre ciudad a la que había llegado apenas seis meses atrás.

Caminando entre las grises calles entró a un establecimiento de pan para probar la rosca que su paladar necesitaba, partiéronle una rebanada que le supo como si se hubiera rascado el culo con ella; ante su desdén, tomó del cuello al panadero embutiéndole toda la rosca en la garganta. Salió de allí en busca de otra panadería y dejando atragantado al panadero en el suelo.


Así se encontró con otra panadera que parecía se hubiera vomitado sobre la rosca, pues el pan tenía exceso de humedad, así que la dejó con las pinzas de sujetar pan sujetándole las entrañas. Y luego el exceso de dulce, y el sabor a naranja, y el ate reseco ...la charola en la aorta, los cuchillos en la lengua, y la pacha de Tonayán en los ojos...así fueron quedando las migajas de su asco.

Harto de tanta faramalla, deambulaba por un callejón de basureros cuando encontró una rancia casa con un letrerito "Rosca de reyes" que jamás compraría en tan pútrido lugar, pero al pasar el olor lo detuvo... parecía que fuera saliendo del horno un equilibrio universal aglomerado en un pedazo de pan. Entró en silencio y una anciana gorda, de cabello ondulado y grisáceo, le entregó un pedazo de su pan, lo puso sobre una pequeña mesa de madera señalando que se sentara a comer. 

En la primer mordida encontró la sequedad perfecta  y el sabor de la naranja estaba perfectamente escondido entre la mantequilla, así que lo devoró  y pidió más, porque el acitrón de los higos era percfeto, y la canela y el azúcar diseñaban el paladar del cielo entero, y en medio de su orgasmo infinito: carbonato de calcio. Al intentar escupir semejante aberración, el hijo de alabastro del creador le desgarra la garganta, haciendo yacer al eunuco entre las migas de Dios y la sangre derramada por su hijo.

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