Hay que huir de estas calles peligrosas
no vaya a ser una tarde caliente
que dos trailers choquen y claudiques mariposa.
Hay que esconderse de las noches tenues,
donde te pongas te encuentran
mientras las ratas corren escandalosas,
verás que gozan entre tanto roce
podredumbre de fracaso al amanecer.
Andamos y no nos vamos
como el  ir y venir cotidiano,
y mientras tanto, en las montañas,
en el vecino carril desfallecen
los ojos hundidos,
la sonrisa chimuela,
un rostro de tapiz agrietado,
un espectro de manos encalladas
de caderas fragmentadas;
vamos
y regresamos
sin saber que en nuestro exhalo
simultaneo va el aliento
en que queda el pensamiento
de la vida eterna de un anciano.
 
 
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