4:30
a.m. Me asomé por la ventana y te vi; en el cielo estaba aquella luna llena,
resplandeciente, vistiendo de azul todo lo que me rodeaba… y en medio te vi,
feliz, sonriente, y me abrazabas. No te querías ir, y dejé mis ojos de gata
cegados por la luna y, como tú, me fui.
5:41
a.m. La aurora se acercaba y bajo el tedio de correr del trabajo a la escuela,
con la vista perdida en el horizonte, me asusté, y de un brinco exclamé: ¡Esa
es la luna!
Era exageradamente grande, como yo de exagerada, y grande como la roca de Indiana Jones cuando intenta aplastarnos, era una cosa que apenas podían rodear mis brazos… amarilla, gigante, incomparable con aquellas superlunas que alcanzamos a cubrir con los dedos o con la mano.
Era exageradamente grande, como yo de exagerada, y grande como la roca de Indiana Jones cuando intenta aplastarnos, era una cosa que apenas podían rodear mis brazos… amarilla, gigante, incomparable con aquellas superlunas que alcanzamos a cubrir con los dedos o con la mano.
Se
me estaba entregando, era mía, estaba ahí para mí, como una ofrenda divina; jamás nada en este universo se me hubo entregado así, con tanta
devoción, fue tanta su entereza que me enamoró; fueron sólo tres minutos pero
la llevo de por vida en mí, porque cuando se fue bajé con tristeza la mirada y
la encontré en mi amarillo del lunes, en mi alma de pollo… se ha quedado
conmigo aunque para los demás se fue.
Hoy
es lunes de tedio –tedio lúcido-  porque
sólo en la luna blanca resplandeciente te quedas, sólo ahí me quedas,
resplandor; pero aunque yo te encierre en ella… ella sola te renuncia, porque
quiere ser mía, porque siempre ha sido mía… estés tú o no estés.
 
 
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